De verdad, lo he intentado, pero no consigo preocuparme por el hecho de que en el Congreso se hablen otras lenguas españolas
. Luego el mundo bostezó y siguió con sus chorraditas. Es como un chiste: se abren las puertas del infierno y aparecen unos diputados españoles discutiendo sobre pinganillos. Esta semana no hemos parado de hablar de cómo hablamos, metadebate de trascendencia similar al sexo de los ángeles, lo que discutían los teólogos en Constantinopla mientras caía la civilización occidental.
Comprendo ese momento de algunos diputados: “Aquí estoy hablando gallego en el Congreso, qué ilusión”. Bueno, eso dura una mañana y luego habrá que ponerse a trabajar, que estamos a las puertas del infierno, así que pasemos ya a las cosas importantes. A los españoles nos pierde lo simbólico, la importancia exagerada que le damos a los grandes conceptos abstractos. En ese sentido los nacionalistas son muy españoles.
En unas semanas ni nos acordaremos de esto y es más, habrá que explicar a los niños en el futuro que lo de las lenguas en el Congreso empezó en 2023, no en 1978, como podrían pensar, porque era todo muy complicado. Si lo hubiéramos hecho entonces algo habríamos adelantado, pero si todavía se lía ahora con la patria en peligro no quiero ni pensar como habría sido en aquel momento.